EMILIO ANGELINI CARAFFA, PINCELADAS DEL TIEMPO
Páginas Históricas de La Cumbre por Francisco Capdevila
El 22 de mayo de 1939, en La Cumbre, finalizaba la vida del pintor Emilio Caraffa. Aunque nacido en Catamarca, el artista pasó sus últimos años en el marco del sereno paisaje que le ofrecía esta localidad cordobesa.
En este trabajo se ofrece una visión de esa etapa final, a través de testimonios de personas que lo conocieron de cerca.Era un otoño con insinuaciones de invierno aquel del año 39. Con gente preocupada por una inminente conflagración mundial; con hechos que habían conmocionado al país, como el suicidio del Dr. Lisandro de la Torre, o el terremoto que destruyó a Chillán y Concepción, entre otras ciudades chilenas, a principios de año.En tanto, en las Sierras de Córdoba, en La Cumbre, una población que se perfilaba con neto corte turístico, acontecía otra historia...En esos días aquel pintor pensó muchas veces en la gama de colores que ofrecía el paisaje serrano, pero prefirió quedarse en su atelier; su salud estaba ya resentida. Aquel pintor, excelente paisajista y retratista, se llamaba Emilio Angelini Caraffa.Por eso, cuando el 22 de mayo, en un día gris, con un viento que formaba carruseles de hojas, limpió su pincel, acomodó la paleta, tal vez se dio cuenta de que su vida se escurría, como el agua de los arroyos que tantas veces había cruzado y que otras tantas había llevado al lienzo.Quizá ese remolino de hojas por las calles desiertas hubiera sido otro de sus anhelos en la visión paisajística, pero no hubo tal cosa; en ese instante Emilio Caraffa pertenecía a la eternidad que todo se lo lleva. Y en ese rincón de nuestras sierras culminaba la historia de un hombre que supo de la amistad sincera de muchos vecinos y pudo desarrollar en plenitud su labor creadora
Una vida para el arteA1 realizar una cronología de la vida de Caraffa, Víctor Manuel Infante expresaba que “cómo no recordar a este maestro de la pintura en Córdoba, si fue éste el sitio donde desparramó largos años sus pinceles jugosos, sus acuarelas espesas, sus dibujos filigrana dos, sus claro-oscuros españoles, toda una gama abierta en abanico de técnicas y soluciones sin secretos para él”.La historia de Emilio A. Caraffa comienza en Catamarca un 17 de diciembre de 1862. Estudió dibujo en Rosario y Buenos Aires, donde al final pudo lograr una beca a Europa -1885-, allí indagó en el arte italiano, para finalmente recalar en España y deslumbrarse con Velásquez y artistas más actuales como Fortuny.En 1887, presentó en el Ateneo de Madrid la acuarela Una procesión del siglo XVI, siendo premiado con la Cruz de Carlos III. Por esos años la acuarela El Obispo lo consagraba como un virtuoso de este técnica “de pincel franco y espontáneo, utilizando hábilmente los artificios de la mancha ha logrado recrear una atmósfera muy particular” señala el profesor Tomás Ezequiel Bondone.Fue así que se convirtió en pintor “español”. Vino a Córdoba, donde se había instalado su familia a fines del siglo, abriendo una academia de Bellas Artes, la que oficializó el Dr. José Figueroa Alcorta el 3 de junio de 1896, como Escuela de Pintura, la misma que hoy se llama Escuela Provincial de Bellas Artes. Ejerció la dirección hasta 1915, año en que se retiró de la misma.Ya en ese entonces había dirigido la decoración interna de la Catedral de Córdoba (entre 1910 y 1914), idea que nace de Félix Garzón, logrando, con un equipo dirigido por Carlos Camillion, un trabajo espectacular.“Como referencia a esta controvertida obra, podemos decir que la bóveda del templo - tal cual la describe Infante -, se va abriendo en espacios, recortados profundamente por nervaduras superficiales, mientras que enormes ángeles de oro, en alto relieve, sostienen el cuadro central El triunfo de la Iglesia, tela magníficamente pintada en el suelo y rebatida contra el techo”.También Caraffa fue el autor del enorme cuadro que representa el cruce del río Diamante por el ejército de Urquiza -24/12/1851-, de 7 metros de largo y que actualmente decora el salón mayor de la Casa de Gobierno de Entre Ríos.Entre los galardones que recibió en su trayectoria merecen destacarse el primer premio en la Exposición Internacional del Centenario, en 1910. Años más tarde lograría uno similar en la Exposición Internacional de los Estados Unidos de América.En el año de su muerte, más precisamente en diciembre, el Museo Provincial de Bellas Artes que lleva su nombre, organizó una muestra retrospectiva, lográndose reunir 124 obras, entre las que se destacan Retrato de mi padre, Autorretrato, Vendedor de La Cumbre, Paisaje de La Cumbre y Paisaje de Venecia. “Caraffa fue en Córdoba una lección permanente de la gran pintura”, tal como lo definía Manuel Infante, o como decía José León Pagano “Emilio Caraffa personifica pues, todo un período de arte nacional”.Expresiones coincidentes de exaltación para el artista que plasmó en la tela nuestras sierras, las lejanías azules y violetas, nuestra campiña.
Testimonios de su vida en La CumbreAl cumplirse 50 años de la muerte del pintor en 1989, don Benjamín Bárcena, un español de 98 años, radicado hace más de 75 años en La Cumbre, poseedor de una peculiar cultura, escritor, periodista y panadero, recordaba aspectos de la vida del pintor en La Cumbre y nos decía: “Es para mí motivo de honda emoción hablar de este eminente pintor que paseó su arte y dejó cuadros de gran valor en los museos de El Prado, Louvre, que decoró el techo de la Catedral de Córdoba y fundó el museo que hoy lleva su nombre”.Bárcena prosigue su relato diciendo, “este artista de grandes méritos vivió los últimos años de su vida en una casa modesta, que todavía existe en esta localidad -Rivadavia esquina Caraffa-, en compañía de doña Luisa Garzón, perteneciente a una distinguida familia cordobesa; tenía como escudero a un changuito riojano que lo llamaba shuqui, parodiando a don Juan Tenorio, cuyos versos recitaba con frecuencia. Y eso no nos extraña - enfatiza porque don Emilio Caraffa por sus modales, sus desplantes y sus hechos, más bien daba la sensación de desfacer entuertos. Virtudes que sin duda había adquirido en Madrid, en contacto con aquel ambiente de principios de este siglo”.La mirada de don Benjamín Bárcena se pierde en la distancia y en el tiempo cuando con un dejo de nostalgia recuerda que “como todos los grandes artistas que viven en un mundo especial tenía sus rarezas”, y sentencia “pero falta establecer todavía quiénes están en lo cierto, si ello, que viven con sus ideales, alejados de las cosas terrenales o el mundo que lo hace aferrado a ellas”.Nuestro interlocutor, por momentos monologuista, hace una pausa y sonriendo cuenta que “don Emilio Caraffa tenía horror al polvo, por eso eligió vivir en pleno centro, en una avenida sin pavimentar en aquel entonces, pese a tener a dos cuadras de distancia un hermoso terreno en forma de atalaya, llamado hasta hace muy poco la «Loma de Caraffa”.El terreno sólo servía para reposar a un burrito de su propiedad, el cual fue el animal de esa especie más cotiza- do, después que su dueño lo llevara al lienzo con su magnífico pincel.“Este burrito, mimado, al que obsequiaba con galletitas, solía rebuznar desde la loma cuando el amo aparecía en la vereda; entonces -rememora Bárcena-, don Emilio tomaba un cordel y un puñado de galletitas y salía para la loma; le echaba la soga al cuello y guiaba hacia el estudio”.“Mientras preparaba los lápices lo mantenía sujeto al escudero shuqui porque de lo contrario se comía las flores de las macetas o entraba a la cocina y le comía la verdura a doña Luisa”. Un lienzo de este original burrito se encuentra en el Museo Provincial de Santa Fe.Sobre este burrito, que en realidad era una burrita, el Dr. Roque Sanguinetti se preguntaba mientras aportaba otros datos: “¿Qué habrá sido de Doña Petrona, la burrita de mi tío abuelo José Sanguinetti, que le regaló a Caraffa, quien la pintó con el inconfundible perfil de las montañas de La Cumbre como fondo?” Un artista fuera de lo comúnDon Benjamín Bárcena, con su prodigiosa memoria, vuelve atrás en el siglo para seguir con su anecdotario: “Don Emilio solía concurrir al cine por la tarde, pero como la función terminaba ya de noche y las calles estaban oscuras, se llevaba un farol cuadrado con una vela adentro; era un artefacto del siglo XVI, pero bien conservado”.“Tenía eso que llamamos rarezas de artistas, pero nunca nos cansaremos de ponderar la nobleza y los sentimientos caritativos que poseía e impulsado por los cuales ayudaba en secreto a muchas familias necesitadas”.“Al fallecer don Emilio recién nos enteramos del desamparo en que quedarían muchas familias pobres y algunos aficionados a la pintura, a los que ayudaba con sus escasos bienes materiales”.“El que relata todo esto, se siente orgulloso de la amistad que le brindó este insigne artista y conserva como reliquia el último cuadro que pintó y que fresco aún quedó en el caballete, en el momento de su desaparición física”.Emilio Caraffa fue un artista que prefirió la soledad de las sierras a las multitudes de Europa, tal vez por ello dejó en La Cumbre una de sus mejores obras: El Cristo crucificado, que actualmente se conserva en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen. Hasta 1990 estuvo en la Capilla de Pintos, de donde fue sustraída la tela y recuperada a los tres días en Villa Carlos Paz.La historia cuenta que el modelo que utilizó para esta pintura fue Carmen López a quien apodaban “carne con cuero” por su extrema delgadez.Entre el verde perenne de las coníferas, el amarillo y el ocre de los álamos, con las hojas secas formando molinetes al compás del viento, moría hace exactamente setenta y un año, Emilio Caraffa ¹, y si de algo estamos seguros es que nunca le va a perdonar a la muerte haberlo llevado en la plenitud del otoño. Notas: ¹ La defunción de Emilio Angelini Caraffa, hijo de José Angelini Caraffa, de nacionalidad italiano y de Delia Valdez, argentina, se produjo a las 10 horas del 22 de mayo de 1939, en La Cumbre, a los 76 años de edad, a consecuencia de un síncope cardíaco; tal consta en el certificado de defunción expedido por el Dr. Antonio Gáname. El acta de defunción es la número 21 y fue realizada por el oficial público Carlos Taborda, ante los testigos Andrés Packowski y José Antonio Zapata.
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Señor Capdevila, lo felicito por ese texto. Le mandaré copia de un cuadro de Caraffa que está en mi familia, para que ponga esa copia en la Secretaría de Turismo. Se ve una burrita con el fondo inconfundible de las montañas de La Cumbre.