Sonata de Tokio, de Kiyoshi Kurosawa, Japón, 2008
mañana en Cineclub en Sala Berti
Mediometraje, a las 19.30hs: Carl Theodor Dreyer, de Eric Rohmer, Francia, 1966Narrativamente impredecible y estéticamente sobrio, el film de Kurosawa concentra su relato en la secreta pauperización de la clase media japonesa
; la institución elegida es una familia, constituida por dos hijos, esposa y el espantoso concepto, aquí pertinente, de jefe de familia. El más pequeño todavía está en la escuela, mientras sueña con aprender música. La mirada de Kurosawa es micropolítica y estructural. El Tokio de Kurosawa es despiadado: un hombre de 40 años, en términos laborales, es prácticamente un anciano. En esa ciudad, además, hay ollas populares, y parece ser normal que la visiten los ejecutivos despedidos. Es un orden social piramidal y excluyente. Así descripta, Tokyo Sonata parece ser una novedosa aproximación del realizador al realismo social, y en un principio lo es. Sin embargo, cuando la película se acerca al epílogo, Kurosawa le impone al relato un devenir fantástico aunque contenido. Un conjunto de situaciones inverosímiles (un robo, un hallazgo de dinero, un accidente callejero, una absurda visita a la comisaría) altera inesperadamente la totalidad del registro, una aceleración de la crueldad por vía del absurdo que podrá ser inverosímil pero que está subordinada a una coda extraordinaria, momento en el que el arte se constituye como el único consuelo confiable. Kurosawa hace de la elipsis un efecto sobrenatural. El niño, al que vemos siempre cerrar el piano cuando termina sus clases y nunca vemos tocar, cierra la película interpretando a Debussy. Es un instante sublime, un envés de los silencios totales que acompañan a las escenas más dolorosas de la película. Roger Koza
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