Rodolfo Walsh: Nuestro exorcista / Por Alexis Oliva

Artículo de Periodismo de investigación y política que integró las 1as. Jornadas de Política y Cultura - Homenaje a Rodolfo Walsh

Sábado 24 de marzo de 2007. Mediodía. Ex campo de concentración de La Perla. León Gieco canta La Memoria, encara el verso que dice “dignidad de Rodolfo Walsh” y la multitud estalla -estallamos- en una ovación y un brote colectivo

de pieles de gallina y lágrimas que se confunden con la lluvia.

¿De quién es ese nombre que despierta tanta devoción? ¿Quién es ese muerto que engendra tanta vida?

Seguramente, él se sentiría incomprendido o se volvería a morir pero de risa si lo convirtiéramos en un bronce, en una figura de cera, o en una estampita religiosa. Pero debo confesar algo que suele ocurrirme. Cuando tengo miedo, pienso en él. Cuando me acosan los problemas económicos, pienso en él. Cuando envidio el éxito fácil de algunos, pienso en él. Cuando sufro crisis vocacionales, pienso en él. Cuando me siento viejo, pienso en él. Cuando me tienta la soberbia, pienso en él. Y hasta cuando me asalta el terror a la página en blanco, pienso en él.

Walsh es o funciona en mi vida -y creo que en la de muchos- como un amuleto, como un exorcista de los demonios que amenazan y a veces toman posesión de una profesión con un profundo sentido social y como tal atravesada por el poder.

Un año después del golpe de Estado que inauguró la dictadura más criminal de nuestra historia, Walsh publicó su Carta Abierta a la Junta Militar, donde desnudaba el terrorismo de Estado e informaba que “quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”. Quince mil es exactamente la mitad de la cifra total de desaparecidos que dejó la dictadura en los siete años y medio que duró. También revelaba Walsh en esa Carta que el terrorismo de Estado tenía como correlato una política económica que “sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales”. En medio de la censura explícita, la desinformación y la persecución, y con las limitaciones técnicas de la época, Walsh se las arregló para investigar y denunciar que en 1976, el año más duro de la dictadura, ya habían asesinado a la mitad de sus víctimas totales. Y por qué las habían asesinado. Walsh envió su carta el 24 de marzo de 1977, día del primer aniversario del golpe. Al día siguiente lo mataron.

O sea, lo mataron en definitiva por la misma razón que hoy en nuestro país mueren cien niños por día a raíz de causas evitables.

Justamente, una vez le pregunté a Patricia Walsh qué cosas escribiría su padre si viviera nuestros días. “Creo que escribiría sobre deuda externa, lavado de dinero, concentración de grupos económicos, distribución de la riqueza en la Argentina...”, conjeturó.

-¿Sería un periodista “exitoso” si viviera hoy?

-Mi viejo nunca tuvo un mango -dijo Patricia entre risas-, porque no quiso tenerlo. Porque tener un mango hubiera significado aceptar cosas que le ofrecían muy insistentemente en la década del 60 y del 70, como ser jefe de redacción o director de alguna publicación que estuviera colaborando con el régimen de turno. Como nunca aceptó tener ese nivel de colaboración, siempre fue lo que se llama un periodista independiente, un periodista por la suya. El resultado fue que vivió siempre muy pobremente.

Vivió pobre en dinero y pobre también de la fama superficial que suele ser el canto de sirena de nuestra profesión. Pero en el poema donde enumeraba “Las cosas que amo”, declaraba: “Amo el oscuro trabajo que hago”. Una frase que trasunta la idea de que el periodismo es un oficio que se ejerce desde las sombras y no bajo las luces de las vidrieras mediáticas. Porque sólo desde las sombras se puede arrojar luz sobre lo que se debe revelar (eso que alguien quiere que no se sepa, como dice Horacio Verbitsky). Así de paradójico, así de indirectamente proporcional.

Juan Carlos Giuliani, secretario de Comunicación de la CTA y de Organización del Cispren, escribió en una nota titulada “Un imprescindible”: “Además de ser un ejemplo de ética del compromiso, fue un adelantado. Cuando a nadie se le ocurría poner en tela de juicio a la prensa del régimen y detectar la necesidad que tiene el campo popular, como hoy está harto comprobado, de armarse de sus propios medios de comunicación, fundó la mítica Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA), rodeado por el terror y la opresión impuestos por la dictadura oligárquica-militar”. Pero Walsh no fue sólo un valiente informador. Esa nota de Giuliani comienza así: “Cuando hace treinta años una patota de la ESMA lo acribilló a balazos en el barrio porteño de San Cristóbal, Rodolfo Jorge Walsh era “Neurus”, jefe de Inteligencia de Montoneros”.

El dato revela que ser periodista no le impedía ser militante, sino todo lo contrario. Hoy periodismo y militancia están escindidos y en el mejor de los casos el sentido común que campea en las empresas periodísticas recomienda la neutralidad. El periodista con militancia sindical, social o genuinamente política carga con una suerte de estigma infamante. Incluso el periodista que le añade a su trabajo una impronta ideológica, lo que no está para nada reñido con la rigurosidad y la honestidad, también sufre la censura y la discriminación.

El periodismo actual está lleno de demonios menos visibles que los que acechaban a Rodolfo Walsh pero que si te descuidás te roban el alma. El trabajador de prensa que investiga se ve acosado por la persecución judicial, el silenciamiento por parte de la empresa, sea por decisión propia o de un anunciante que presiona con el retiro de la pauta publicitaria, la restricción de su acceso a la información o a fuentes oficiales; y también por otros demonios disfrazados de sirenas, como la seducción a través de regalos, viajes, fiestas, almuerzos de trabajo (dejo afuera a los que directamente reciben sobresueldos de otros patrones ocultos).

El ejemplo de Walsh sirve para exorcizar esos demonios. Porque el periodista que se capacita y trabaja con rigurosidad, el que cree en la defensa colectiva de sus derechos laborales y profesionales, el que ejerce una permanente vigilancia ética de su tarea, está más fortalecido para resistir la censura y pelear por su libre expresión.

Y fundamentalmente el mensaje político de la obra de Rodolfo Walsh lo convierte en el mejor exorcista de la llamada “teoría de los dos demonios”, aquella idea que equipara el terrorismo de Estado a la violencia revolucionaria, plasmada lamentablemente en el prólogo del informe “Nunca Más” de la Conadep, donde Ernesto Sábato afirma: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. En la mayoría de sus investigaciones, pero sobre todo en la Carta Abierta que le costó la vida describe las dimensiones, la modalidad y los responsables directos e indirectos, pero sobre todo el objetivo político de la violencia represiva. Ese texto es el mejor antídoto contra la teoría de los dos demonios, tan cara al periodismo actual y tan útil para zafar de decir verdades incómodas, y no sólo las relativas a la década del 70.

Por todo esto, como dijo su biógrafo Eduardo Jozami en un homenaje que se le hizo esta semana en la Biblioteca Nacional, “Walsh acompaña hoy todo intento por construir una Argentina con justicia para todos, el mismo objetivo irrenunciable por el que entregó su vida”.



* Texto escrito para la mesa de discusión sobre "Periodismo de investigación y política", del 29 de marzo de 2007, que integró las 1as. Jornadas de Política y Cultura - Homenaje a Rodolfo Walsh, en la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba.


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1 comentario de lector

  1. Natalia Ochoa01/04/2007 07:45

    Me produce profunda pena que en nuestro país se siga exaltando la memoria de asesinos como Walsh, que tanto mal y odio han sembrado en la sociedad. Tiene los mismos ¿méritos? que Guevara, Stalin o Hitler, que también vivieron, murieron y -fund