“La iglesia conservadora fue cómplice de la dictadura"
Entrevista con el Padre Mariani
“La Iglesia oficial no ha pedido perdón (...). No reconoció que había otra Iglesia, que fue desamparada y permitió que curas, laicos y obispos terminaran muertos o desaparecidos”, textual del padre Mariani a Prensared.
Por Katy García – Prensared
Protagonista y testigo privilegiado de la etapa más conflictiva de la iglesia cordobesa, Guillermo “Quito” Mariani habló con Prensared sobre la sangrienta dictadura del ´76 y del papel “cómplice” de la iglesia con ese poder militar.
- ¿El Concilio Vaticano II dividió las aguas en la Iglesia católica y tradicionalistas y renovadores librarían hacia dentro y fuera una batalla por la hegemonía. ¿Cómo se dio esa puja en Córdoba?
- En realidad, lo que aparece después del Concilio Vaticano II y de manera especial después de la Conferencia Episcopal de Medellín es el movimiento renovador. Porque el conservador ya estaba. Los renovadores trazan una visión de la iglesia en el mundo basados en documentos como el de Justicia y Paz, la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI y el pronunciamiento de los dieciocho Obispos del Tercer Mundo, en 1967. Eso fortalece lo que después se hará realidad en la Teología de la Liberación que, como elemento teórico, descubre, entre otras cosas, al análisis marxista de la historia como un fundamento para mirar la realidad, insustituible. También las comunidades eclesiales de base, que se forman como una reacción al verticalismo de la Iglesia se aglutinan defendiendo intereses y necesidades de cada comunidad desde una mirada evangélica. Hasta entonces se consideraba que todo razonamiento teológico estaba en la Biblia. Qué hacer, cómo vivir y pensar estaba en la Escritura y solo había que trasladarlo a la realidad. Pero a partir de este momento, se invirtió el lugar de interpretación. Primero se mira la realidad, para buscar luego en la Biblia cómo iluminarla.
-Usted era un sacerdote joven y pasa a formar parte del MSTM. ¿Cómo vivió ese proceso?
- La tradición monárquica de la Iglesia nos afirmaba en la idea de que sabíamos todo lo que había que saber y que eso no cambiaría nunca. Llevaba siete años de sacerdote y estaba en Río Ceballos. Antes, había pasado por Villa María y nunca nos habíamos reunido entre nosotros para compartir experiencias. Desde 1962, con la convocatoria al Concilio II crece la necesidad de juntarnos. Y fueron las semanas sacerdotales el espacio para contactarnos. En este proceso influyeron Santequia y Lucio Gera. Nace entonces el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), en consonancia con otras experiencias en América Latina que toman como base a la Teología de la Liberación y como gran documento eclesiástico al de los obispos.
- ¿Cómo se da la disputa con la jerarquía?
- En ese momento era obispo Monseñor Ramón Castellano. De las semanas sacerdotales nace la inquietud de renovar la relación entre obispo y clero. Porque para nosotros era un patrón de estancia que nos llamaba solamente para retarnos. Surge un movimiento de unos 130 sacerdotes. Redactamos un documento y lo enviamos a la nunciatura especificando todo lo que no podíamos admitir de la conducta de Monseñor Castellano. La nunciatura lo recibe y allí empieza a distinguirse un grupo de apoyo al obispo y los que lo cuestionábamos. Éramos la tercera parte de la diócesis de Córdoba, de todas las edades, personas muy valiosas. Pero, con diversas tácticas de exclusión, de reprensión y de sanciones el número fue disminuyendo y en un año y medio quedamos 30. Otros se apartaron por que tuvieron miedo. A mediados del 1965, viene el nuncio apostólico y convoca a todos los sacerdotes de Córdoba y nos exige a los 30, entre los cuales estaba Enrique Angelelli , una retractación y un pedido de obediencia y algo así como una declaración de afecto al obispo.
- ¿Qué hicieron entonces?
- Nos resistimos y Angelelli aconsejado por Monseñor Podestá -que venía con el nuncio- nos dice que la única manera de “salvarnos” y salvar lo que veníamos defendiendo era firmar. Y firmamos esa adhesión afectuosa. Una hipocresía. Nos quedamos mordiendo el freno. Al año siguiente, en febrero del 1966, aparece la renuncia de Castellano que ya la tenían desde antes de que nos presionaran a firmar. Eso lo sabía Podestá. Pero, como la Iglesia no puede aparecer vencida, postergaron el anuncio. Por supuesto que todos los que habíamos estado oprimidos, explotamos de gozo con la noticia.
- Y es reemplazado por Primatesta…
- A quien recibimos con cierta esperanza. Su discurso en la Catedral nos pareció abierto. Pero en el banquete de recepción, ya fue bastante dudoso. El elegido por las autoridades de la arquidiócesis para darle la bienvenida era un sacerdote salesiano, que le presentó un panorama de jardín de rosas. El grupo rebelde, el nuestro, me había designado para hablar. La respuesta de Monseñor Primatesta fue muy dura. Los seminaristas me tomaron en andas, y proclamaban rector del seminario. Todo eso afirmó una distancia personal.
- Después Primatesta fue tomando decisiones en contra de su sector. Cristo Obrero, Angelelli…
- Durante la dictadura anterior se produce la toma de la parroquia universitaria Cristo Obrero. Dos curas venidos de Roma, José Oreste Gaido y Nélson de La Ferrera, provocaron un revuelo importante respecto a la educación. Eran los párrocos. Cuando el Obispo supo de la toma y que ellos estaban de acuerdo, después de tres días de huelga de hambre, Primatesta cedió a las presiones y ordenó el desalojo. Los sacerdotes se resistieron pero la policía ejecutó la orden. Hubo una manifestación de protesta y allí lo matan a (Santiago) Pampillón. Los párrocos fueron sacados, sancionados y privados del ejercicio sacerdotal por un tiempo.
Angelelli fue enviado a la Rioja, una diócesis con seis sacerdotes. Era algo así como decirle “quedate tranquilo, que allá no vas hacer nada”. Pero muchos sacerdotes de otras partes lo siguieron y formaron un presbiterio hermoso. El conjunto de sacerdotes que toma las decisiones con el obispo, que era una creación del Vaticano II funcionó como en ninguna otra parte.
Por entonces, otro sacerdote, el Beto Rojas, capellán del liceo militar, fue acusado de fomentar la rebelión Montonera desde el liceo y de estar complicado con el Calerazo.
- ¿El grupo Montoneros estaba muy ligado al cristianismo en Córdoba?
- Si. Elvio Alberione - ex sacerdote, (Cecilio) Salguero, (Zapa) Piotti y Gonzáles habían sido seminaristas y compañeros míos en la Facultad de Psicología. Ellos integraron la organización Montoneros. Luchaban por una sociedad justa y vislumbraron que la rebelión armada era el único método para lograr la transformación. Fenómeno que por otra parte también se daba en América Latina. Además, la Encíclica Populorum Progressio admitía como ética y cristiana la rebelión armada en contra de las tiranías cuando se daban ciertas condiciones: Que fuera breve, que no dañara más vidas que las que producía la tiranía y que se estableciera con un poder participativo. Y todos esperaban eso. Pero la cosa no fue breve, ni ahorró vidas. Me consta y nos consta, que nadie pensó lo que después ocurriría. Cada uno de los hechos violentos que protagonizaron fueron un aprendizaje de las tácticas del enemigo que los contagiaron, casi sin darse cuenta, hasta llegar a una teoría de la guerra revolucionaria como último paso necesario de la acción política para llegar a ser efectiva. Cuando los Montoneros suben a superficie, se reúnen aquí (N de R se refiere a la Cripta), en este lugar. Desde acá hicieron el gobierno de Obregón Cano, distribuyeron los cargos. Después, curiosamente, mi memoria perdió absolutamente la noción de nombres y caras. Tenía miedo de que si me ponían preso yo empezara a cantar nombres porque uno no sabe hasta cuándo se puede ser fuerte ante una picana. Después, cuando vi muchas caras en los diarios, cuando los iban matando, uno por uno, me daba cuenta que los había conocido. Este es un fenómeno de alabanza de la memoria.
- Ya estamos en plena noche, la dictadura asesinando y el episcopado sin decir nada…
- Tenían las listas completas de los detenidos y Graselli, Medina y Bonamín, conocían todo de manera que el episcopado también lo sabía. A mi me salvó Primatesta porque me avisó que (Luciano) Menéndez había determinado eliminarme y me avisó para que me fuera. Lo mismo hizo con (Víctor)Acha y Frugante, que estábamos bajo su jurisdicción. En cambio los que venían de otros lugares y fueron acusados, los dejaron solos. Pero si el episcopado hubiera hecho una declaración de lo que sabía, el mundo lo hubiera conocido. Porque muchos venían de afuera y decían qué mal hablan en Europa de la Argentina, si aquí estamos tranquilos. Porque la gente estuvo convencida de que “algo habrán hecho”.
Para la parte conservadora de la Iglesia, los gobiernos fuertes son un favor porque establecen normas morales para todo. Conceden privilegios, invocan los elementos religiosos porque saben que el pueblo tiene una tradición religiosa. Juran por Dios y los Santos Evangelios lo cual le trae a la jerarquía una época de tranquilidad. Tanto, que en una reunión en el arzobispado yo fui testigo cuando una persona muy importante dijo en 1983 que “ahora con la democracia empiezan los problemas para la iglesia”.
¿Se puede saber quién es?
- No porque ya murió.
- ¿Cómo evalúa la actuación de Monseñor Primatesta –presidente de Comisión Episcopal Argentina - y que sentía ante la tibieza de los comunicados que hacían referencia por ejemplo a la masacre de los Padres Palotinos?
- Todas fueron declaraciones del silencio. Porque eso se repitió con los asesinatos de Murias y Longueville, en Chamical, con Angelelli y con Carlos Ponce de León, víctima de un atentado. El episcopado ensayó unos lamentos, pero no se animó a romper lanzas y a señalar a los culpables. En el funeral de Angelelli ni siquiera monseñor Zaspe - que le había hecho llegar la bendición del Papa por su conducta contra los Menem, dueños del agua en La Rioja- lo denunció directamente. Yo hablé en el funeral en nombre de otros sacerdotes y dije que por los informes que había recibido de los curas, por los detalles de la muerte y del lugar, seguramente eran las Fuerzas Armadas las que habían actuado. Desde entonces, empecé a recibir amenazas, a sentirme vigilado. Pero ese año yo cumplía las bodas de plata sacerdotales y quería celebrarlo con la comunidad. De manera que desde el 7 de agosto de 1976 hasta que me fui al año siguiente, dormía en casas distintas. Seguí con la actividad común y denuncié todo lo que sabía porque mucha gente se refugiaba aquí y pedía información.
- ¿A propósito, cuál fue la actitud que tomaron con los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado que recurrían a pedir ayuda?
- Los curas recibimos muchos pedidos de ayuda. Pero lo girábamos al arzobispado. Las Madres no fueron escuchadas por los obispos. Primatesta les prometía que iba a interceder y (Emilio Teodoro) Graselli, quien tenía información, les decía que no se preocuparan. Pero nunca hubo una actitud decidida. La actitud del episcopado fue la de acercarse pero no meter las manos en el fuego. No jugarse por nada. Así que fue una actitud de silencio. Y el silencio, en una institución tan fuerte como la iglesia argentina, es complicidad. Algunos dicen que entregaron listas. No lo sé. Pero no se debió permitir que (Jorge Rafael)Videla o (Leopoldo Fortunato) Galtieri den sus discursos con un crucifijo. Debió ser denunciado como encubrimiento del genocidio.
- ¿A 30 años del Golpe, cree que la iglesia hizo una autocrítica o aún debe saldar cuentas con la sociedad?
- La Iglesia oficial no ha pedido perdón. Presionada por las denuncias, los reclamos de mucha gente, la opinión pública, los libros que se escribieron, realizó una autocrítica muy moderada. Y el gran pedido de perdón fue incluyéndonos a todos. No reconoció que había otra Iglesia, que fue desamparada y permitió que curas, laicos y obispos terminaran muertos o desaparecidos. Una verdadera autocrítica debiera reconocer que la tendencia institucional se manifestó a pleno en esa visión conservadora, en pos de la tranquilidad, el silencio, la prudencia, la diplomacia, para conservar los privilegios. Eso no fue dicho, ni se va a decir. La verdadera revisión, para que las cosas cambien, tendría que ir hasta el fondo. Entonces, la Iglesia de hoy no podría seguir siendo todo lo conservadora que es. No ya en movimientos revolucionarios, sino frente a los reclamos de la sociedad. En adoptar una línea distinta, de apertura y respecto a la ciencia y al conocimiento del hombre.
- ¿Hoy, la iglesia conservadora está más fuerte que nunca?
- Si, muy fuerte. Y, por lo que parece, desde el Vaticano se fortalece esa posición porque se está recuperando del Concilio Vaticano II, sólo lo referido al respeto, a la tradición. Algo que para aquélla época, era adecuado. Pero lo nuevo, desde lo litúrgico, teológico, escriturístico y pastoral se frenó. Y el movimiento que encarnó Juan Pablo II, en la segunda mitad de su pontificado, y que hoy encabeza Benedicto XVI, es considerado contrarreformista y lo acompañan los sectores más conservadores y pudientes de la Iglesia Católica. Pero a pesar de haber acallado a los teólogos de la liberación, a los escrituristas europeos, que tienen una cantidad de avances en lo científico. De haber reducido su presencia junto a los pobres, a la limosna y la ayuda ocasional. De haberle dado la oportunidad a la multiplicación de sectas con propuestas fáciles, esta situación llama a la esperanza porque existe otra Iglesia. Porque si hubiera que calificar la vida de Cristo de alguna manera no es otra que la de un revolucionario total. No le perdonó a nada. Si hoy estuviera, denunciaría la injusticia, estaría en contra de los opresores, escucharía las necesidades del pueblo y merecería por lo menos la descalificación o la exclusión.
Nota: Esta entrevista se realizó unos días antes de que el Padre Mariani renunciara como cura párroco de “La Cripta” de Nuestra Señora del Valle, de la que fue titular durante 39 años.
Protagonista y testigo privilegiado de la etapa más conflictiva de la iglesia cordobesa, Guillermo “Quito” Mariani habló con Prensared sobre la sangrienta dictadura del ´76 y del papel “cómplice” de la iglesia con ese poder militar.
- ¿El Concilio Vaticano II dividió las aguas en la Iglesia católica y tradicionalistas y renovadores librarían hacia dentro y fuera una batalla por la hegemonía. ¿Cómo se dio esa puja en Córdoba?
- En realidad, lo que aparece después del Concilio Vaticano II y de manera especial después de la Conferencia Episcopal de Medellín es el movimiento renovador. Porque el conservador ya estaba. Los renovadores trazan una visión de la iglesia en el mundo basados en documentos como el de Justicia y Paz, la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI y el pronunciamiento de los dieciocho Obispos del Tercer Mundo, en 1967. Eso fortalece lo que después se hará realidad en la Teología de la Liberación que, como elemento teórico, descubre, entre otras cosas, al análisis marxista de la historia como un fundamento para mirar la realidad, insustituible. También las comunidades eclesiales de base, que se forman como una reacción al verticalismo de la Iglesia se aglutinan defendiendo intereses y necesidades de cada comunidad desde una mirada evangélica. Hasta entonces se consideraba que todo razonamiento teológico estaba en la Biblia. Qué hacer, cómo vivir y pensar estaba en la Escritura y solo había que trasladarlo a la realidad. Pero a partir de este momento, se invirtió el lugar de interpretación. Primero se mira la realidad, para buscar luego en la Biblia cómo iluminarla.
-Usted era un sacerdote joven y pasa a formar parte del MSTM. ¿Cómo vivió ese proceso?
- La tradición monárquica de la Iglesia nos afirmaba en la idea de que sabíamos todo lo que había que saber y que eso no cambiaría nunca. Llevaba siete años de sacerdote y estaba en Río Ceballos. Antes, había pasado por Villa María y nunca nos habíamos reunido entre nosotros para compartir experiencias. Desde 1962, con la convocatoria al Concilio II crece la necesidad de juntarnos. Y fueron las semanas sacerdotales el espacio para contactarnos. En este proceso influyeron Santequia y Lucio Gera. Nace entonces el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), en consonancia con otras experiencias en América Latina que toman como base a la Teología de la Liberación y como gran documento eclesiástico al de los obispos.
- ¿Cómo se da la disputa con la jerarquía?
- En ese momento era obispo Monseñor Ramón Castellano. De las semanas sacerdotales nace la inquietud de renovar la relación entre obispo y clero. Porque para nosotros era un patrón de estancia que nos llamaba solamente para retarnos. Surge un movimiento de unos 130 sacerdotes. Redactamos un documento y lo enviamos a la nunciatura especificando todo lo que no podíamos admitir de la conducta de Monseñor Castellano. La nunciatura lo recibe y allí empieza a distinguirse un grupo de apoyo al obispo y los que lo cuestionábamos. Éramos la tercera parte de la diócesis de Córdoba, de todas las edades, personas muy valiosas. Pero, con diversas tácticas de exclusión, de reprensión y de sanciones el número fue disminuyendo y en un año y medio quedamos 30. Otros se apartaron por que tuvieron miedo. A mediados del 1965, viene el nuncio apostólico y convoca a todos los sacerdotes de Córdoba y nos exige a los 30, entre los cuales estaba Enrique Angelelli , una retractación y un pedido de obediencia y algo así como una declaración de afecto al obispo.
- ¿Qué hicieron entonces?
- Nos resistimos y Angelelli aconsejado por Monseñor Podestá -que venía con el nuncio- nos dice que la única manera de “salvarnos” y salvar lo que veníamos defendiendo era firmar. Y firmamos esa adhesión afectuosa. Una hipocresía. Nos quedamos mordiendo el freno. Al año siguiente, en febrero del 1966, aparece la renuncia de Castellano que ya la tenían desde antes de que nos presionaran a firmar. Eso lo sabía Podestá. Pero, como la Iglesia no puede aparecer vencida, postergaron el anuncio. Por supuesto que todos los que habíamos estado oprimidos, explotamos de gozo con la noticia.
- Y es reemplazado por Primatesta…
- A quien recibimos con cierta esperanza. Su discurso en la Catedral nos pareció abierto. Pero en el banquete de recepción, ya fue bastante dudoso. El elegido por las autoridades de la arquidiócesis para darle la bienvenida era un sacerdote salesiano, que le presentó un panorama de jardín de rosas. El grupo rebelde, el nuestro, me había designado para hablar. La respuesta de Monseñor Primatesta fue muy dura. Los seminaristas me tomaron en andas, y proclamaban rector del seminario. Todo eso afirmó una distancia personal.
- Después Primatesta fue tomando decisiones en contra de su sector. Cristo Obrero, Angelelli…
- Durante la dictadura anterior se produce la toma de la parroquia universitaria Cristo Obrero. Dos curas venidos de Roma, José Oreste Gaido y Nélson de La Ferrera, provocaron un revuelo importante respecto a la educación. Eran los párrocos. Cuando el Obispo supo de la toma y que ellos estaban de acuerdo, después de tres días de huelga de hambre, Primatesta cedió a las presiones y ordenó el desalojo. Los sacerdotes se resistieron pero la policía ejecutó la orden. Hubo una manifestación de protesta y allí lo matan a (Santiago) Pampillón. Los párrocos fueron sacados, sancionados y privados del ejercicio sacerdotal por un tiempo.
Angelelli fue enviado a la Rioja, una diócesis con seis sacerdotes. Era algo así como decirle “quedate tranquilo, que allá no vas hacer nada”. Pero muchos sacerdotes de otras partes lo siguieron y formaron un presbiterio hermoso. El conjunto de sacerdotes que toma las decisiones con el obispo, que era una creación del Vaticano II funcionó como en ninguna otra parte.
Por entonces, otro sacerdote, el Beto Rojas, capellán del liceo militar, fue acusado de fomentar la rebelión Montonera desde el liceo y de estar complicado con el Calerazo.
- ¿El grupo Montoneros estaba muy ligado al cristianismo en Córdoba?
- Si. Elvio Alberione - ex sacerdote, (Cecilio) Salguero, (Zapa) Piotti y Gonzáles habían sido seminaristas y compañeros míos en la Facultad de Psicología. Ellos integraron la organización Montoneros. Luchaban por una sociedad justa y vislumbraron que la rebelión armada era el único método para lograr la transformación. Fenómeno que por otra parte también se daba en América Latina. Además, la Encíclica Populorum Progressio admitía como ética y cristiana la rebelión armada en contra de las tiranías cuando se daban ciertas condiciones: Que fuera breve, que no dañara más vidas que las que producía la tiranía y que se estableciera con un poder participativo. Y todos esperaban eso. Pero la cosa no fue breve, ni ahorró vidas. Me consta y nos consta, que nadie pensó lo que después ocurriría. Cada uno de los hechos violentos que protagonizaron fueron un aprendizaje de las tácticas del enemigo que los contagiaron, casi sin darse cuenta, hasta llegar a una teoría de la guerra revolucionaria como último paso necesario de la acción política para llegar a ser efectiva. Cuando los Montoneros suben a superficie, se reúnen aquí (N de R se refiere a la Cripta), en este lugar. Desde acá hicieron el gobierno de Obregón Cano, distribuyeron los cargos. Después, curiosamente, mi memoria perdió absolutamente la noción de nombres y caras. Tenía miedo de que si me ponían preso yo empezara a cantar nombres porque uno no sabe hasta cuándo se puede ser fuerte ante una picana. Después, cuando vi muchas caras en los diarios, cuando los iban matando, uno por uno, me daba cuenta que los había conocido. Este es un fenómeno de alabanza de la memoria.
- Ya estamos en plena noche, la dictadura asesinando y el episcopado sin decir nada…
- Tenían las listas completas de los detenidos y Graselli, Medina y Bonamín, conocían todo de manera que el episcopado también lo sabía. A mi me salvó Primatesta porque me avisó que (Luciano) Menéndez había determinado eliminarme y me avisó para que me fuera. Lo mismo hizo con (Víctor)Acha y Frugante, que estábamos bajo su jurisdicción. En cambio los que venían de otros lugares y fueron acusados, los dejaron solos. Pero si el episcopado hubiera hecho una declaración de lo que sabía, el mundo lo hubiera conocido. Porque muchos venían de afuera y decían qué mal hablan en Europa de la Argentina, si aquí estamos tranquilos. Porque la gente estuvo convencida de que “algo habrán hecho”.
Para la parte conservadora de la Iglesia, los gobiernos fuertes son un favor porque establecen normas morales para todo. Conceden privilegios, invocan los elementos religiosos porque saben que el pueblo tiene una tradición religiosa. Juran por Dios y los Santos Evangelios lo cual le trae a la jerarquía una época de tranquilidad. Tanto, que en una reunión en el arzobispado yo fui testigo cuando una persona muy importante dijo en 1983 que “ahora con la democracia empiezan los problemas para la iglesia”.
¿Se puede saber quién es?
- No porque ya murió.
- ¿Cómo evalúa la actuación de Monseñor Primatesta –presidente de Comisión Episcopal Argentina - y que sentía ante la tibieza de los comunicados que hacían referencia por ejemplo a la masacre de los Padres Palotinos?
- Todas fueron declaraciones del silencio. Porque eso se repitió con los asesinatos de Murias y Longueville, en Chamical, con Angelelli y con Carlos Ponce de León, víctima de un atentado. El episcopado ensayó unos lamentos, pero no se animó a romper lanzas y a señalar a los culpables. En el funeral de Angelelli ni siquiera monseñor Zaspe - que le había hecho llegar la bendición del Papa por su conducta contra los Menem, dueños del agua en La Rioja- lo denunció directamente. Yo hablé en el funeral en nombre de otros sacerdotes y dije que por los informes que había recibido de los curas, por los detalles de la muerte y del lugar, seguramente eran las Fuerzas Armadas las que habían actuado. Desde entonces, empecé a recibir amenazas, a sentirme vigilado. Pero ese año yo cumplía las bodas de plata sacerdotales y quería celebrarlo con la comunidad. De manera que desde el 7 de agosto de 1976 hasta que me fui al año siguiente, dormía en casas distintas. Seguí con la actividad común y denuncié todo lo que sabía porque mucha gente se refugiaba aquí y pedía información.
- ¿A propósito, cuál fue la actitud que tomaron con los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado que recurrían a pedir ayuda?
- Los curas recibimos muchos pedidos de ayuda. Pero lo girábamos al arzobispado. Las Madres no fueron escuchadas por los obispos. Primatesta les prometía que iba a interceder y (Emilio Teodoro) Graselli, quien tenía información, les decía que no se preocuparan. Pero nunca hubo una actitud decidida. La actitud del episcopado fue la de acercarse pero no meter las manos en el fuego. No jugarse por nada. Así que fue una actitud de silencio. Y el silencio, en una institución tan fuerte como la iglesia argentina, es complicidad. Algunos dicen que entregaron listas. No lo sé. Pero no se debió permitir que (Jorge Rafael)Videla o (Leopoldo Fortunato) Galtieri den sus discursos con un crucifijo. Debió ser denunciado como encubrimiento del genocidio.
- ¿A 30 años del Golpe, cree que la iglesia hizo una autocrítica o aún debe saldar cuentas con la sociedad?
- La Iglesia oficial no ha pedido perdón. Presionada por las denuncias, los reclamos de mucha gente, la opinión pública, los libros que se escribieron, realizó una autocrítica muy moderada. Y el gran pedido de perdón fue incluyéndonos a todos. No reconoció que había otra Iglesia, que fue desamparada y permitió que curas, laicos y obispos terminaran muertos o desaparecidos. Una verdadera autocrítica debiera reconocer que la tendencia institucional se manifestó a pleno en esa visión conservadora, en pos de la tranquilidad, el silencio, la prudencia, la diplomacia, para conservar los privilegios. Eso no fue dicho, ni se va a decir. La verdadera revisión, para que las cosas cambien, tendría que ir hasta el fondo. Entonces, la Iglesia de hoy no podría seguir siendo todo lo conservadora que es. No ya en movimientos revolucionarios, sino frente a los reclamos de la sociedad. En adoptar una línea distinta, de apertura y respecto a la ciencia y al conocimiento del hombre.
- ¿Hoy, la iglesia conservadora está más fuerte que nunca?
- Si, muy fuerte. Y, por lo que parece, desde el Vaticano se fortalece esa posición porque se está recuperando del Concilio Vaticano II, sólo lo referido al respeto, a la tradición. Algo que para aquélla época, era adecuado. Pero lo nuevo, desde lo litúrgico, teológico, escriturístico y pastoral se frenó. Y el movimiento que encarnó Juan Pablo II, en la segunda mitad de su pontificado, y que hoy encabeza Benedicto XVI, es considerado contrarreformista y lo acompañan los sectores más conservadores y pudientes de la Iglesia Católica. Pero a pesar de haber acallado a los teólogos de la liberación, a los escrituristas europeos, que tienen una cantidad de avances en lo científico. De haber reducido su presencia junto a los pobres, a la limosna y la ayuda ocasional. De haberle dado la oportunidad a la multiplicación de sectas con propuestas fáciles, esta situación llama a la esperanza porque existe otra Iglesia. Porque si hubiera que calificar la vida de Cristo de alguna manera no es otra que la de un revolucionario total. No le perdonó a nada. Si hoy estuviera, denunciaría la injusticia, estaría en contra de los opresores, escucharía las necesidades del pueblo y merecería por lo menos la descalificación o la exclusión.
Nota: Esta entrevista se realizó unos días antes de que el Padre Mariani renunciara como cura párroco de “La Cripta” de Nuestra Señora del Valle, de la que fue titular durante 39 años.
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