RELATO DE INVIERNO...NEHUEN, DE MARIA SOLEDAD RANZUGLIA
Micro cultural de Canal Once
RELATO DE INVIERNO...
Hay lugares donde el mes de Mayo, parece un tendal de cien inviernos...
Eso sentí al llegar a la provincia de Santa Cruz, al pueblo llamado “Los Antiguos”
en una tarde de domingo...
NEHUÉN
Está atardeciendo en el paraje “Los Antiguos”. El viento sopla como levantando los ánimos hacia el cielo, al tiempo que los niños avizoran la nevada que en horas más, la noche traerá en su saco de piedra. Nehuén regresa con las ovejas del llano, frotando su rostro que comienza a congelarse, busca tras la piedra la llave del pequeño hogar. Un gran silencio precede al hombre que ahora aviva el fuego de lengas; los perros ladran tras el cerro, la pava hierve por última vez antes de acostarse. En su catre, el poncho crudo de lana tejido le recuerda a su abuela, tímidamente lo acaricia como evocándola en la vasta soledad que lo acompaña… El viento palmea los techos con la misma piedad que nadie creería de la Cordillera: ha comenzado a nevar.
Nehuen enciende la radio que habla bajito con ruido de ondas que vienen y que van; anuncian el cierre del paso Puyehue, la feria de cueros; una guitarra sola perfora el tibio rincón con sonidos de un fueye; es hora de descansar.
Abre apenas la cortina de yute, quiere saber cuánto nieva mientras duerme; de a poco se queda dormido, comienza a soñar…
De pronto abandona el alto, camina sobre la verde hierba de la mano de su abuela quien lo mira sonriendo, cómplice del paisaje. Ella ha conocido el blanco designio del sur, ha surcado a lomo de mula el atajo, el pedregal y no le falta coraje para decirlo, aunque lo calle; ella conoce el motivo del viaje.
-¿A dónde vamos abuela?
-A donde el Cielo nos mande, hijo.
Un golpe seco en la puerta lo despierta. El frío aumenta. Le abre, el perro sacude los copos amontonados en la larga noche y se echa. Parado contempla la copiosa nevada que no cesa y vuelve a dormir. A donde el Cielo nos mande, repite en silencio… Eso es la Entrega.
Es de noche en el desierto…
sopla el viento en mi guarida
con la fuerza merecida
por los anchos caudales
de los cielos.
El filo de los hielos,
aviva el cuerpo sustancioso
de un gran fuego,
arden las historias de los árboles
que todo han visto, que aún nos siguen viendo.
Hay silencio,
no hay voces, sólo aullidos de los zorros
bajo el cerro, entregándole a la noche
su altivez salvaje, su hombría de saberse
parte del misterio, acariciando sin querer
los bosques de araucarias,
durmientes sigilosos del recuerdo.
En mi amplia toldería aquí en mi pecho,
se dibujan los contornos de lo amado
ya sin tiempo, como brasas, van donando
su calor, para alguien que apenas nombro
mientras duermo.
Habla el fuego a mi pálido reflejo,
soy quien recibe a esta hora,
inmenso resplandor de cobre
en mi manta de colores que han resuelto,
abandonar sus madrigueras,
para cantarme sin pesares junto al viento.
Soy la noche del desierto,
el bosque y la distancia con que acerco
los amplios caudales de la altura,
y se duerme en la blanca cuna solariega
del invierno.
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