Ricardo Camogli: un adiós que duele
El 27 de noviembre de este año murió el periodista gráfico, el amigo
Homenaje de Francisco "Pinocho" Capdevila: Mi querido amigo: Cuando decidiste partir, era la hora de los bohemios, de aquellos con estaño y mucha calle, pero no solo ese condimento tenia tu vida, eras más intelectual que muchos que sevanaglorian por serlo, tenías el humor a flor de piel, en cada frasepodías ironizar y decir cosas que otros tantos no te entenderían.
Periodista de cuna, de largas noches de cierre y de meticulosidad correctora. Periodista, de la vieja guardia, de lápiz y un trozo de papel (que bien podía ser del tamaño de un boleto urbano) para escribir luego columnas y columnas sobre cualquier tema, de los tantos que se cruzan en el vida de los escribas. Lector incansable, analizador permanente, pero por sobre todas las cosas: periodista hasta los últimos instantes de tu vida.
No en vano fuiste coordinador, por mucho tiempo de la Revista Humor, aquella de Andrés Cascioli, en los tiempos de la dictadura. Había que saberla “lunga” para haber sido uno de los correctores más reconocidos en diarios como Ámbito Financiero o La Razón por nombrar algunos.
En 1991, ya radicados en Los Cocos, con Ana, tu otra mitad en ese espíritu de aventuras y luchas; un domingo ingrese a sus vidas y a la de Belcho con tres cuartos de masas de Dany Chef y durante cinco años, donde fuiste uno de los capitanes de ese barco de letras e imágenes que se llamó primero Punilla
Norte, luego Punilla a secas, y donde tus valiosas enseñanzas aún hoy las sigo aplicando en cada nota, en cada diagramación que me toca realizar. Para la época fue todo un suceso aquel periódico ágil, moderno, uno de los pocos en tamaño tabloide editados en esta región. Sus páginas reflejaron todo un
tiempo de nuestra zona. Por entonces también había embates de políticos, pero nunca transaste la objetividad y los lineamientos editoriales de ser verdaderamente independientes.
Cuando la plata se agotó, porque convengamos que no eras bueno para los negocios, fundaste El Local, antecedente del hebdomadario La Semana y La Cumbre, que dirige el común amigo Arturo Beredjiklian, que dicho sea de paso, cuando se juntaban ambos daban cátedra de historia, pero volviendo a esos años, aquel suplemento de humor, que bautizaste El Amarillo daba que hablar cada semana. Era imperdible.
Luego vendrían los alfajores. Recuerdo haber probado las primeras treinta variedades sentado en la cocina de tu casa y ante la mirada inquisidora de Ana, para ver cual receta comenzaban a fabricar.
Llegó tu tiempo de historiador de Los Cocos, tal vez nadie o muy pocos sepan esta faceta que desarrollaste, cuando estuviste a cargo del Museo La Loma, pero dejaste a tu pueblo de adopción lo más importante que un hombre puede legar: un compendio de su historia en muchos escritos y en
especial en aquella revista que denominaste El Sauce, por llamarse así la primera casa, de la que se tenga memoria en Los Cocos.
Los recuerdos se amontonan, allí están tus alegrías por los libros de Pablo, por ser abuelo, por tus hijas,
por tu Ana, por las horas en aquella pulpería que solo conocemos unos pocos “Las Corzuelas”, por tus
cactus, por las inolvidables charlas sobre historia.
A veces las lágrimas no permiten pensar, ni ver esa pantalla donde quizá mal escribo estos conceptos, pero es imposible no llorar la muerte de un amigo, y como diría Julián Centeya, “Se la tomó una cheno de descuido / y me dejó un recuerdo lacerante. / Que mundo habrá encontrao en su apoliyo / si es
que hay un mundo pa los que se piantan. / Sin duda el cuore suyo se hizo grillo / y su mano cordial es una planta”
Francisco Capdevila .
No en vano fuiste coordinador, por mucho tiempo de la Revista Humor, aquella de Andrés Cascioli, en los tiempos de la dictadura. Había que saberla “lunga” para haber sido uno de los correctores más reconocidos en diarios como Ámbito Financiero o La Razón por nombrar algunos.
En 1991, ya radicados en Los Cocos, con Ana, tu otra mitad en ese espíritu de aventuras y luchas; un domingo ingrese a sus vidas y a la de Belcho con tres cuartos de masas de Dany Chef y durante cinco años, donde fuiste uno de los capitanes de ese barco de letras e imágenes que se llamó primero Punilla
Norte, luego Punilla a secas, y donde tus valiosas enseñanzas aún hoy las sigo aplicando en cada nota, en cada diagramación que me toca realizar. Para la época fue todo un suceso aquel periódico ágil, moderno, uno de los pocos en tamaño tabloide editados en esta región. Sus páginas reflejaron todo un
tiempo de nuestra zona. Por entonces también había embates de políticos, pero nunca transaste la objetividad y los lineamientos editoriales de ser verdaderamente independientes.
Cuando la plata se agotó, porque convengamos que no eras bueno para los negocios, fundaste El Local, antecedente del hebdomadario La Semana y La Cumbre, que dirige el común amigo Arturo Beredjiklian, que dicho sea de paso, cuando se juntaban ambos daban cátedra de historia, pero volviendo a esos años, aquel suplemento de humor, que bautizaste El Amarillo daba que hablar cada semana. Era imperdible.
Luego vendrían los alfajores. Recuerdo haber probado las primeras treinta variedades sentado en la cocina de tu casa y ante la mirada inquisidora de Ana, para ver cual receta comenzaban a fabricar.
Llegó tu tiempo de historiador de Los Cocos, tal vez nadie o muy pocos sepan esta faceta que desarrollaste, cuando estuviste a cargo del Museo La Loma, pero dejaste a tu pueblo de adopción lo más importante que un hombre puede legar: un compendio de su historia en muchos escritos y en
especial en aquella revista que denominaste El Sauce, por llamarse así la primera casa, de la que se tenga memoria en Los Cocos.
Los recuerdos se amontonan, allí están tus alegrías por los libros de Pablo, por ser abuelo, por tus hijas,
por tu Ana, por las horas en aquella pulpería que solo conocemos unos pocos “Las Corzuelas”, por tus
cactus, por las inolvidables charlas sobre historia.
A veces las lágrimas no permiten pensar, ni ver esa pantalla donde quizá mal escribo estos conceptos, pero es imposible no llorar la muerte de un amigo, y como diría Julián Centeya, “Se la tomó una cheno de descuido / y me dejó un recuerdo lacerante. / Que mundo habrá encontrao en su apoliyo / si es
que hay un mundo pa los que se piantan. / Sin duda el cuore suyo se hizo grillo / y su mano cordial es una planta”
Francisco Capdevila .
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