A 96 años de la muerte del Cura Brochero
Personajes legendarios de la historia de Córdoba
Es una figura pública y paisano comprometido con su tierra. Al tiempo de su muerte tenía 73 años de vida y 47 de sacerdocio a cuestas. Nació cerca de Santa Rosa de Río Primero en 1840
Es que por aquellos días asomaba la sorda puja que estallaría pocos años más tarde entre las ideas liberales en boga y la ortodoxia católica. Se ordenó 10 años después, en 1866, y tres más tarde partió hacia el valle que quedaba detrás de las Sierras Grandes, donde pasaría el resto de su vida. Tal vez esa muralla rocosa o la idiosincrasia esquiva hacia el citadino, o las dos cosas a la vez, hacían que la gente de allá tuviera poco contacto con la capital cordobesa y viviera a su manera, como lo había hecho toda la vida. Pobremente, además. Tierra brava, aquella, de caudillos corajudos y alborotadores.
Rumbo a Traslasierra. Bambaleándose sobre la cabalgadura, bien arriba en la montaña, mientras vadeaba arroyos cristalinos y contemplaba aquella lontananza imposible de abarcar con la vista, el joven párroco seguramente cavilaba acerca de lo que le esperaba en esos pagos ignotos que eran apenas una mancha azulada que parecía flotar al pie de los cerros.
Saludó, amable, a los paisanos que cruzó en su camino, niños acarreando leña y ancianas cuidando rebaños. Sin embargo, su aspecto afable y bonachón podía inducir a engaño: debajo de esa capa de sencillez y bonhomía se escondía un temple de acero y una vocación a prueba de todo.
De entrada, tuvo más que claro que el éxito de su tarea misional dependería de su adaptación al medio, de la comunicación que lograse con aquellas personas que, respetuosas, se descubrían ante su presencia. Supo que lo que importaba no eran las formas ni los rituales sobrecargados de la ciudad, sino la naturalidad del vínculo espiritual.
El Cura Gaucho. Se acomodó lo mejor que pudo en la parroquia de la recién creada Villa del Tránsito, sede del curato de San Alberto o Tras la Sierra. Al día siguiente comenzó su lucha para dignificar aquella comarca y a sus pobladores sumidos en la pobreza y el atraso; algunos años más tarde fundó la Casa de Ejercicios Espirituales a la vera de la iglesia.
Incansable, a lomo de su mula malacara, tocado con chambergo y una sotana de doble fila de botones que le llegaba a los pies, siempre con un bastón en sus manos y, en invierno, con un poncho campero, el cura fatigaba caminos y senderos de su vasta parroquia aliviando el dolor de los enfermos, haciendo de consejero de los sanos y protegiendo a todos por igual. Evangelio puro. Ayudó a levantar capillas y escuelas, acequias y caminos, haciendo muchas veces él mismo de albañil.
Convencido de que la cosa pasaba por el progreso, no dudó en mezclarse en cuestiones terrenales y bregó para que el ferrocarril, el correo y otros adelantos de la época llegaran a la postergada Traslasierra. No se mostró reticente con la política; escribía cartas, pedía audiencias y reclamaba soluciones en voz alta. Su vieja amistad le abrió las puertas del despacho del gobernador Miguel Juárez Celman, ante quien intercedió para que se abriese el camino de las altas cumbres y se terminara, de este modo, de una vez con el aislamiento de la región.
Así pasaron varias décadas, hasta que su propia salud se quebrantó y contrajo lepra, lo que lo obligó a renunciar al curato y a confinarse en la Casa de Ejercicios. Había quedado sordo y ciego. Falleció el 26 de enero de 1914, y desde entonces sus restos reposan en la parroquia Nuestra Señora del Tránsito.
Villa Cura Brochero. En 1916, el gobernador Ramón J. Cárcano cambió la denominación de la Villa del Tránsito que pasó a llamarse Villa Cura Brochero. Las gestiones para la beatificación del Cura Gaucho están en marcha desde que el arzobispo de Córdoba, monseñor Carlos Náñez, abrió el proceso tal como lo establecen las normas canónigas.
En la actualidad, el caso se estudia en Roma, donde el milagro que se le atribuye al sacerdote debe ser evaluado por la congregación vaticana. Antes, en el año 2004, José Gabriel Brochero fue declarado venerable por el papa Juan Pablo II, primer paso hacia la canonización, una instancia posterior. A 96 años de su muerte, la Casa de Ejercicios sigue convocando feligreses de todas partes.
Rumbo a Traslasierra. Bambaleándose sobre la cabalgadura, bien arriba en la montaña, mientras vadeaba arroyos cristalinos y contemplaba aquella lontananza imposible de abarcar con la vista, el joven párroco seguramente cavilaba acerca de lo que le esperaba en esos pagos ignotos que eran apenas una mancha azulada que parecía flotar al pie de los cerros.
Saludó, amable, a los paisanos que cruzó en su camino, niños acarreando leña y ancianas cuidando rebaños. Sin embargo, su aspecto afable y bonachón podía inducir a engaño: debajo de esa capa de sencillez y bonhomía se escondía un temple de acero y una vocación a prueba de todo.
De entrada, tuvo más que claro que el éxito de su tarea misional dependería de su adaptación al medio, de la comunicación que lograse con aquellas personas que, respetuosas, se descubrían ante su presencia. Supo que lo que importaba no eran las formas ni los rituales sobrecargados de la ciudad, sino la naturalidad del vínculo espiritual.
El Cura Gaucho. Se acomodó lo mejor que pudo en la parroquia de la recién creada Villa del Tránsito, sede del curato de San Alberto o Tras la Sierra. Al día siguiente comenzó su lucha para dignificar aquella comarca y a sus pobladores sumidos en la pobreza y el atraso; algunos años más tarde fundó la Casa de Ejercicios Espirituales a la vera de la iglesia.
Incansable, a lomo de su mula malacara, tocado con chambergo y una sotana de doble fila de botones que le llegaba a los pies, siempre con un bastón en sus manos y, en invierno, con un poncho campero, el cura fatigaba caminos y senderos de su vasta parroquia aliviando el dolor de los enfermos, haciendo de consejero de los sanos y protegiendo a todos por igual. Evangelio puro. Ayudó a levantar capillas y escuelas, acequias y caminos, haciendo muchas veces él mismo de albañil.
Convencido de que la cosa pasaba por el progreso, no dudó en mezclarse en cuestiones terrenales y bregó para que el ferrocarril, el correo y otros adelantos de la época llegaran a la postergada Traslasierra. No se mostró reticente con la política; escribía cartas, pedía audiencias y reclamaba soluciones en voz alta. Su vieja amistad le abrió las puertas del despacho del gobernador Miguel Juárez Celman, ante quien intercedió para que se abriese el camino de las altas cumbres y se terminara, de este modo, de una vez con el aislamiento de la región.
Así pasaron varias décadas, hasta que su propia salud se quebrantó y contrajo lepra, lo que lo obligó a renunciar al curato y a confinarse en la Casa de Ejercicios. Había quedado sordo y ciego. Falleció el 26 de enero de 1914, y desde entonces sus restos reposan en la parroquia Nuestra Señora del Tránsito.
Villa Cura Brochero. En 1916, el gobernador Ramón J. Cárcano cambió la denominación de la Villa del Tránsito que pasó a llamarse Villa Cura Brochero. Las gestiones para la beatificación del Cura Gaucho están en marcha desde que el arzobispo de Córdoba, monseñor Carlos Náñez, abrió el proceso tal como lo establecen las normas canónigas.
En la actualidad, el caso se estudia en Roma, donde el milagro que se le atribuye al sacerdote debe ser evaluado por la congregación vaticana. Antes, en el año 2004, José Gabriel Brochero fue declarado venerable por el papa Juan Pablo II, primer paso hacia la canonización, una instancia posterior. A 96 años de su muerte, la Casa de Ejercicios sigue convocando feligreses de todas partes.
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