El miedo y el odio en política. El plan a y el plan b de los K

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Claudio Fantini Profesor e investigador en Ciencia Política. Universidad Empresarial Siglo 21. Dos vigorosos escritores franceses del siglo 19 debatieron sobre el odio. Para Emile Zola, "es la indignación de los corazones fuertes, el desdén militante de aquellos a quienes la medianía enoja". La réplica de Alphonse Daudet fue breve y contundente: "El odio es la cólera de los débiles".

Con esta desopilante crisis, la pareja presidencial parece dar la razón a Daudet. No puede haber grandeza en los iracundos estallidos que provoca la insumisión. Menos cuando en medio de la trifulca desatada por la erupción de ira, se privilegia saciar la necesidad del odio por sobre el objetivo extraviado en la inconcebible batalla.

La actitud de Julio Cobos es discutible y se le puede reprochar ser un dirigente opaco que sólo dice obviedades, pero suspender el viaje a China para evitar presuntos sabotajes es una enormidad destinada a voltear al vicepresidente, incluso al precio de debilitar una gestión comercial de gran utilidad para el país.

En estos atribulados días, el aborrecimiento a Cobos se superpuso con el aborrecimiento a Martín Redrado. En un intento de pacto secreto, el gobierno ofreció a la cúpula radical concesiones sobre el decreto de necesidad y urgencia (DNU) a cambio de la cabeza sangrante del presidente del Banco Central. Aplastar al insumiso pasó a ser la prioridad del matrimonio presidencial.

No tiene que ver con lo que sería un objetivo razonable: dar otro paso en el camino del desendeudamiento, sino con la recomendación que hizo Maquiavelo en El Príncipe : generar miedo para imponer total dominio, conjurando cualquier insubordinación.

La oscura viscosidad del aborrecimiento evidenciado, terminó favoreciendo a un personaje cuya imagen y trayectoria generan más sospechas que confianzas. Al fin de cuentas, Redrado responde cabalmente al estereotipo del " yuppie ". Con su jopo calculado, sus trajes rigurosamente caros y sus posiciones políticas reversibles, encarna al típico "young urban professional" , producto del apogeo financiero mundial de los ‘90, que define a los jóvenes profesionales de las grandes urbes cuya única ideología es el éxito económico personal a cualquier precio.

Redrado no se convirtió en eso después, sino que lo era cuando Néstor Kirchner lo llevó a la presidencia del Banco Central. Y es posible que haya actuado desde su natural oportunismo cuando se negó a firmar la transferencia de reservas que le ordenó la Presidenta. No obstante, los errores de procedimiento del Poder Ejecutivo le dieron la oportunidad de despegarse de un poder en decadencia; mientras que la primera reacción presidencial fue la erupción de ira que multiplicó el estropicio.

En lugar de buscar una salida acordada en la discreción de los despachos, se eligió la catarsis torpemente canalizada a través de un estruendoso despido, y los insultos disparados primero desde la garganta de grueso calibre de Aníbal Fernández y después desde los mismísimos Néstor y Cristina, incluyendo en el blanco a la jueza que osó no temerles.

Es difícil hablar de otra sórdida conspiración destituyente cuando hasta economistas heterodoxos como Roberto Lavagna, Martín Lousteau, Salvador Treber y Claudio Lozano, además del propio Aldo Ferrer, están señalando errores en los métodos y procedimientos instrumentados por la Presidencia. Aunque lo que deja a la vista esta crisis es la recurrencia al odio y el miedo como instrumentos políticos.

Los dos planes. El miedo como instrumento kirchnerista busca la sumisión en las filas propias y la "ética de la responsabilidad" en oposición y Poder Judicial.

En El crepúsculo del deber , Gilles Lipovetsky explica la "ética responsable" que Max Weber había diferenciado de las éticas "pragmática" y "principista", diciendo que es "menos preocupada por las intenciones puras que por los resultados y menos adepta a lo absoluto que a los cambios realistas".

El Gobierno nacional argumenta una ética principista, cuando lo que en realidad intenta es obligar a los otros poderes a actuar desde una ética preocupada por los estragos posibles. Por eso la proclividad a generar maremotos hasta en piletas Pelopincho.

El plan a es el poder total y sin interferencias, mientras que el plan b parece ser una salida anticipada del poder, la victimización que acusa una conspiración destituyente y la creación de una "Puerta de Hierro", posiblemente en Ecuador, desde la cual articular fuerzas que volverían el país ingobernable. Para ambos planes resulta útil el odio como motor y el miedo como instrumento.

Desde el suburbio madrileño de Puerta de Hierro, Perón movió las piezas que a la larga le permitieron retornar. Ese capítulo de la historia con desenlace trágico inspiraría el plan b, donde el nuevo Rucci sería Moyano y al papel de Firmenich (aunque sin criminalidad) podría desempeñarlo D´Elía con las formaciones piqueteras en estado pre-miliciano.

No está claro que sean capaces de semejante tropelía, pero haciendo flotar ese fantasma logran arrinconar a la oposición y a la Justicia en el temor que despierta saber que el otro está dispuesto a todo.

Gerardo Morales actuó desde esa preocupación al pactar el sacrificio del turbio Redrado a cambio de un riguroso seguimiento parlamentario sobre el uso de las reservas; mientras que Elisa Carrió actuó desde la temeridad principista al denunciar tal acuerdo. A su vez, la Corte Suprema deberá tener en cuenta la ética de la responsabilidad a la hora de pronunciarse. Aunque el maremoto sea en una Pelopincho, la deriva es real y con peligro de naufragio.
La Voz del Interior

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