Fueron las víctimas, los sufrientes, en el sentido del dolor, los que reconstruyeron lo que pasó

Articulo de Norma Morandini. Columna publicada por los diarios Clarín y La Voz del Interior

El 24 de marzo debiera ser lo que es: el peor día de nuestra historia contemporánea, el que consagró la muerte como la forma de resolver las diferencias, llenó de dolor a miles de hogares argentinos, amordazó la libertad y nos humilló como país. El día más largo, que formalmente terminó el 10 de diciembre de 1983, y sin embargo sobrevive en la desconfianza que impregna todas las relaciones, desde las personales hasta las políticas.

Si hasta la semántica nos muestra el error de hacer del 24 de marzo un feriado, una palabra que deriva de "feriar": cuando los tribunales de justicia están cerrados. Entre nosotros, de lo que se trata es precisamente de que los tribunales estén siempre abiertos, para hacer justicia con los secuestros, las muertes y desapariciones, para terminar con la impunidad heredada del autoritarismo.

Si la evocación de los treinta años del golpe militar de 1976 nos vuelve a enfrentar, entonces habrá vencido aquel día. Si aún cuesta comprender lo que nos sucedió no debiéramos impedirnos el conocimiento de los que nos pasó. Y me temo que la institucionalización de la memoria, en discursos y monumentos, puede alejarnos de la verdad. Sobre todo porque aquellos que deben crear los anticuerpos para hacer carne el "nunca más", los jóvenes, son los que huyen de las explicaciones oficiales y, por desconfianza, se corre el riesgo de que hagan de la verdad una falsificación. Por eso, para evitar que el aniversario se viva antes como turismo que como recogimiento, debiera promoverse en las escuelas, en los trabajos, en los medios de comunicación, la obligatoriedad de la reflexión, para que el 24 de marzo no se congele como un hecho histórico.

Hacer del 24 de marzo un día feriado sería equipararlo con otras "fiestas patrias", como el 9 de Julio o el 25 de Mayo. Celebraciones de independencia o libertad. El 24 de marzo debe recordarse, conmemorarse, pero jamás celebrarse. El rojo del calendario no podrá sustituir el duelo en nuestros corazones. Y de eso se trata, de limpiar las heridas para poder reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestra mejor historia y así perdonarnos por el país desquiciado que supimos construir. Si reconciliar es restituir lo sagrado que se ha violado, treinta años después de esa tragedia colectiva no terminamos de restituir la convivencia democrática. Por eso, no tenemos nada que festejar. Porque somos un país de cadáveres insepultos que vagan como almas en pena, debiéramos encontrar una actitud razonable en relación al pasado para no correr el riesgo de recrear una nueva confrontación. Podemos, en cambio, homenajear a aquellos que hicieron lo que pocos se animaron: increpar al poder para conocer el paradero de sus hijos. Fueron las víctimas, los sufrientes, en el sentido del dolor, los que reconstruyeron lo que pasó, esos sobrevivientes que con sus relatos concitaron reconocimiento e identificación. Primero fue la emoción individual frente a los hechos del pasado la que fue tomando una dimensión colectiva. Y hoy nadie puede decir que "eso no pasó". Pero si el sufrimiento y el coraje son ejemplos, el despojo no da derechos.

El 24 de marzo inoculó el peor de los venenos: la desconfianza. Por eso, confío en que ese lugar en el que la sociedad debe dialogar consigo misma, el Parlamento, sea capaz de conmemorar sin volver a herir, y la memoria no se reduzca al número de la votación. La memoria es viva, y nos pertenece a todos.

Norma Morandini




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