Cannes, tan refinado y tan vulgar
Informe de Roger Koza
Un viaje a la intimidad de uno de los festivales de cine más importantes del mundo.La nueva edición empieza el próximo martes y será hasta el 24.Cannes establece los negocios y la agenda cinematográfica
Hay una declaración de Agnès Varda, la única dama (belga) del emblemático grupo francés de la Nueva Ola que condesa las paradojas del festival de Cannes y también del cine: “Cannes es al mismo tiempo la cumbre del cine, una feria y un enorme bazar vulgar”.
La declaración es precisa, pues indica el rostro bifronte del séptimo arte, su nacimiento maldito: el cine es arte, pero también es una industria. Cualquiera puede escribir un cuento, pintar una tela, componer una canción. Las implicancias materiales son menores.
La revolución digital en curso está modificando los modos de rodar, ver, distribuir, piratear; sin embargo, hacer una película tiene sus costos.
Si bien Cannes detenta el título de festival de festivales, no es éste el primer festival de cine del mundo. En 1932, Mussolini concibe el festival de Venecia. Intuye que el cine es un magnífico vehículo de propaganda fascista. En 1938, Leni Riefenstahl, la cineasta de Hitler, triunfaba escandalosamente en la Mostra con su filme Olympia.
La creación del festival de Cannes fue una respuesta directa respecto de este avance sobre un arte cuyo poder no se desestimaba: el cine siempre fue más que un espectáculo; tanto su poder emancipador como su carácter manipulador han sido evidentes desde sus inicios.
Así, en 1939, cuando todo estaba listo para la inauguración, con la presidencia honoraria de Louis Lumière, el primero de setiembre de ese año Alemania invade Polonia, e inmediatamente Francia declara la guerra. La primera edición de Cannes quedó postergada. 1946 será el año de su nacimiento.
62 años después. Miles de personas de todo el mundo visitan regularmente durante el mes de mayo esa pequeña ciudad sureña y costera llamada Cannes. Junto con las Olimpíadas, la noche de los Oscar y el mundial de fútbol, es un evento globalizado por excelencia. Cannes deviene en centro del mundo.
Las calles se disfrazan: los negocios pegan el póster del festival. Hay carteles en todos lados. En la calle Antibes hay pasacalles gigantes, casi siempre con estrellas del cine hollywoodense y francés. Las limusinas proliferan. Los precios se inflan como la vanidad de las estrellas. Un capuchino puede costar 40 pesos. La suite de Pitt y Jolie, 13.000 euros por noche.
El festival tiene dos secciones de competencia: la competencia oficial y “Una cierta mirada”. En la primera compiten los cineastas consagrados: Almodóvar, Allen, Haneke, los Dardenne, Loach, Wong Kar-wai y algún nuevo talento.
En esta sección siempre hay dos concesiones: programar algunas películas norteamericanas (con figuras rutilantes) y garantizar alguna película estéticamente radical. En el 2006, por ejemplo, Juventud en marcha, de Pedro Costa, estaba en competencia. Este título esencial para el cine del siglo 21, interpretado por sujetos marginales que viven en los suburbios de Lisboa, estaba a la par de la globalizada Babel.
“Una cierta mirada” reúne a directores más jóvenes y de procedencias más exóticas. Allí se estrenó Hamaca paraguaya, y ahí va este año Ciro Guerra, la promesa del cine colombiano, con su filme Los viajes del viento.
Catedrales. Las funciones de ambas competencias tienen lugar en las salas Lumière y Debussy. Entre las dos, más de 5000 espectadores asisten a una función. Las pantallas son gigantes; más que cines parecen catedrales, aunque la famosa alfombra roja solamente se despliega para el gran teatro Lumière. En la entrada, fanáticos esperan la llegada de sus héroes del celuloide. Pueden estar horas, incluso días, simplemente para ver el paso fugaz de una estrella.
Literalmente debajo de ambos teatros funciona el Marche du filme (Mercado del cine), una suerte de shopping en donde distribuidoras de todo el mundo venden sus películas. La cantidad de papel que se gasta en folletos y material de difusión es obscena; la guía del mercado, por ejemplo, consta de 1100 páginas. Allí también funcionan unos 20 microcines en donde se programan muchas de estas películas.
Cannes establece los negocios y la agenda cinematográfica. Allí empieza todo. Críticos y programadores de todos los continentes vienen en búsqueda de las gemas del año. Aquí se legitima a los futuros maestros del cine. En otras palabras, Cannes es un eje económico y simbólico que propone discretamente un canon cinematográfico alternativo al que se valida en Hollywood. Negocios, política y estética: un triángulo equilátero que define la identidad del festival de festivales.
Claves
62° Festival de Cannes. El evento arranca el martes y termina el 24 de este mes. La primera película que se proyectará es Up, de Peter Docter y Bob Peterson, largo de animación producido por Disney-Pixar. El jurado será presidido por la actriz Isabelle Huppert.
Fuente La Voz del Interior
La declaración es precisa, pues indica el rostro bifronte del séptimo arte, su nacimiento maldito: el cine es arte, pero también es una industria. Cualquiera puede escribir un cuento, pintar una tela, componer una canción. Las implicancias materiales son menores.
La revolución digital en curso está modificando los modos de rodar, ver, distribuir, piratear; sin embargo, hacer una película tiene sus costos.
Si bien Cannes detenta el título de festival de festivales, no es éste el primer festival de cine del mundo. En 1932, Mussolini concibe el festival de Venecia. Intuye que el cine es un magnífico vehículo de propaganda fascista. En 1938, Leni Riefenstahl, la cineasta de Hitler, triunfaba escandalosamente en la Mostra con su filme Olympia.
La creación del festival de Cannes fue una respuesta directa respecto de este avance sobre un arte cuyo poder no se desestimaba: el cine siempre fue más que un espectáculo; tanto su poder emancipador como su carácter manipulador han sido evidentes desde sus inicios.
Así, en 1939, cuando todo estaba listo para la inauguración, con la presidencia honoraria de Louis Lumière, el primero de setiembre de ese año Alemania invade Polonia, e inmediatamente Francia declara la guerra. La primera edición de Cannes quedó postergada. 1946 será el año de su nacimiento.
62 años después. Miles de personas de todo el mundo visitan regularmente durante el mes de mayo esa pequeña ciudad sureña y costera llamada Cannes. Junto con las Olimpíadas, la noche de los Oscar y el mundial de fútbol, es un evento globalizado por excelencia. Cannes deviene en centro del mundo.
Las calles se disfrazan: los negocios pegan el póster del festival. Hay carteles en todos lados. En la calle Antibes hay pasacalles gigantes, casi siempre con estrellas del cine hollywoodense y francés. Las limusinas proliferan. Los precios se inflan como la vanidad de las estrellas. Un capuchino puede costar 40 pesos. La suite de Pitt y Jolie, 13.000 euros por noche.
El festival tiene dos secciones de competencia: la competencia oficial y “Una cierta mirada”. En la primera compiten los cineastas consagrados: Almodóvar, Allen, Haneke, los Dardenne, Loach, Wong Kar-wai y algún nuevo talento.
En esta sección siempre hay dos concesiones: programar algunas películas norteamericanas (con figuras rutilantes) y garantizar alguna película estéticamente radical. En el 2006, por ejemplo, Juventud en marcha, de Pedro Costa, estaba en competencia. Este título esencial para el cine del siglo 21, interpretado por sujetos marginales que viven en los suburbios de Lisboa, estaba a la par de la globalizada Babel.
“Una cierta mirada” reúne a directores más jóvenes y de procedencias más exóticas. Allí se estrenó Hamaca paraguaya, y ahí va este año Ciro Guerra, la promesa del cine colombiano, con su filme Los viajes del viento.
Catedrales. Las funciones de ambas competencias tienen lugar en las salas Lumière y Debussy. Entre las dos, más de 5000 espectadores asisten a una función. Las pantallas son gigantes; más que cines parecen catedrales, aunque la famosa alfombra roja solamente se despliega para el gran teatro Lumière. En la entrada, fanáticos esperan la llegada de sus héroes del celuloide. Pueden estar horas, incluso días, simplemente para ver el paso fugaz de una estrella.
Literalmente debajo de ambos teatros funciona el Marche du filme (Mercado del cine), una suerte de shopping en donde distribuidoras de todo el mundo venden sus películas. La cantidad de papel que se gasta en folletos y material de difusión es obscena; la guía del mercado, por ejemplo, consta de 1100 páginas. Allí también funcionan unos 20 microcines en donde se programan muchas de estas películas.
Cannes establece los negocios y la agenda cinematográfica. Allí empieza todo. Críticos y programadores de todos los continentes vienen en búsqueda de las gemas del año. Aquí se legitima a los futuros maestros del cine. En otras palabras, Cannes es un eje económico y simbólico que propone discretamente un canon cinematográfico alternativo al que se valida en Hollywood. Negocios, política y estética: un triángulo equilátero que define la identidad del festival de festivales.
Claves
62° Festival de Cannes. El evento arranca el martes y termina el 24 de este mes. La primera película que se proyectará es Up, de Peter Docter y Bob Peterson, largo de animación producido por Disney-Pixar. El jurado será presidido por la actriz Isabelle Huppert.
Fuente La Voz del Interior
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