En cineclub de La Cumbre: Herencia y presencia del Cristianismo
26 de noviembre, a las 21.15hs: Dos maestros en la anteúltima función del año
Dos películas: la primera, la tercera parte de la trilogía de Apu, el film de Satyajit Ray que cierra la historia del joven Apu, a quien vimos nacer, crecer y ahora madurar. El mundo de Apu, larga a las 19.00hs.
Luego va una obra imprescindible en la historia del cine: Andrei Rublev del gran Tarkovski. Está va a las 21.15hs, y larga en punto, pues es larga. Es una película única, accesible en algún sentido, y siempre bella de ver (leer más abajo la crítica). Si le gusta el cine no es una pieza para dejar pasar. Los artistas plásticos de la zona podrán disfrutarla de otro modo, se me ocurre decir.
Ayer, en la edición del diario Perfil, el columnista Quintín especula sobre la crisis de espectadores en el cine. Menciona allí al cineclub: http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0315/articulo.php?art=11171&ed=0315 Al terminar el año pienso escribir algo sobre lo que él dice, será parte del balance del año del cineclub.
Por lo pronto, nos queda esta función doble y la próxima función gratuita con la que cerramos el año. Mientras tanto, como si nada ocurriera, como si todo estuviera bárbaro, preparo la muestra de verano. Será una apuesta a todo o nada. Veremos qué pasa.
Los esperamos como siempre el próximo miércoles.
Andrei Rublev, de Andrei Tarkovski, Rusia, 1966
185 minutos / ATP
En una vieja entrevista en Positif, Tarkovski decía a propósito de su segundo largometraje y sin duda su primera obra maestra: “El primer y posiblemente último film que explora la cultura histórica del Cristianismo sin apelar a un contenido reaccionario, sino más bien acentuando su profunda e íntima grandeza y rectitud”. En efecto, este estudio indirecto sobre la vida y la obra del pintor y monje ruso del siglo XV, Andrei Rublev, famoso por sus pinturas de la catedral de Vladimir y del monasterio Santísima Trinidad, quizás no ahonda en demasía en las técnicas del artista pero sí concibe el porqué de su obra y la fuente de la misma. Tarkovski contextualiza magistralmente la vida del monje: invasiones tártaras en el territorio ruso, disputas teológicas no desprovistas de efectos prácticos, brujería, paganismo, es decir, un mundo convulsionado, quizás no muy lejano de la Rusia del tiempo del cineasta, y que llevó al monje a una crisis de fe, un escepticismo radical sobre la vida en la tierra que se tradujo en tomar un voto de silencio. La película, dividida en capítulos, culmina con la construcción de una campana, obra dirigida por un adolescente cuya tenacidad (y secreto) remite a la misma experiencia de fe, y que habrá de tener consecuencias salvíficas en la vida de Rublev y un efecto preciso en sus pinturas. Cuesta elegir una escena a señalar, porque Tarkovski acumula pasajes extraordinarios de principio a fin. La apertura es una invitación literal a un vuelo, de esos que se tienen en los sueños. Las panorámicas de una iglesia y una batalla, o las de un ritual pagano, son admirables, pero es en el último capítulo donde los planos secuencia panorámicos adquieren una perfección visual indescriptible, hasta que aparece el color y quienes miran sobrevuelan una de las obras de Rublev. Si existe la perfección, ese desenlace es su mejor traducción cinematográfica.
(Roger Koza, programador)
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