André Hediger representará a Argentina en el Mundial de Parapentes en Australia
Es uno de los mejores parapentistas de la historia...
Consagrado Campeón del Mundo en el 2000 y Argentino en 2006, representará a nuestro país en el próximo Mundial de Parapente, que se realizará entre el 25 de febrero y el 9 de marzo próximos en Australia
Consagrado Campeón del Mundo en el 2000 y Argentino en 2006, representará a nuestro país en el próximo Mundial de Parapente, que se realizará entre el 25 de febrero y el 9 de marzo próximos en Australia. “Voy a competir por mis hijos, que son argentinos”, afirma con orgullo este hombre de un metro ochenta y un entusiasmo incontrolable por el viento.
Hace más de una década que Hediger se enamoró de La Cumbre -a 98 kilómetros de Córdoba- y se instaló muy cerca de esa villa serrana, en una zona que define como una de las mejores del mundo para practicar su deporte. El terreno que eligió para vivir está a metros del viejo Aeroclub, al que ayudó a resucitar de sus cenizas. Al lugar se llega después de recorrer varios kilómetros de campos de girasoles. Sólo se escucha el rumor del viento entre los árboles en medio de esas sierras intensamente verdes. Allí, Andy -como lo llaman- construyó su casa, un taller para desarrollar y reparar velas: “el Aeroatelier” y un petit atelier para enseñar a los chicos actividades relacionadas con el aire.
“Como el que se sube a un pura sangre y le tira la montura. Así es la sensación cuando subo al parapente. Es un arte: mover el cuerpo en el espacio, sin motor”, grafica a LA MAÑANA. Entonces, se calza el casco y el arnés. Se concentra. Escucha el ritmo del viento, los ciclos térmicos. Observa el aire. Lee el cielo. Mira atentamente los pájaros. Controla el equipo: el paracaídas de emergencia; la radio; el altibariómetro. Y no se olvida de una manzana en el bolsillo. Con ayuda del viento norte, infla la enorme vela. Y despega. Empieza a ascender, como los pájaros en las térmicas. “El despegue es el momento de emoción más fuerte. Estás decidido a salir del contacto con la tierra y a tomar contacto con el aire. No se puede explicar. Es un estado absoluto de concentración mental, tengo que estar atento todo el tiempo, leyendo la información que me da el aire. Empiezo a girar con los cóndores de dos metros que se me acercan. Se me ponen los pelos de punta, ah”, suspira. Hace una pausa en su castellano teñido de suizo-francés y prosigue: “Ah, cuando vuelo empiezo a tener una sensación de alegría, de agradecimiento al creador”.
Cree en Dios y hasta le agradece. Pero la vida no siempre le fue amable. En 1994, Hediger conoció en Suiza a Bettina, una parapentista de La Falda, hija de helvéticos. Ella había viajado una temporada a Europa para trabajar en un centro de esquí. El estaba en el lugar dando un taller para instructores. Los unió el amor por el deporte. “Nos reenganchamos con la Bettina. Fue una historia muy fuerte”, cuenta. “Ella me invitó a conocer Argentina en 1995. Me mostró este Aeroclub, que hacía 15 años estaba abandonado. Me enseñó Cuchi Corral. Pensamos que yo podía dar acá cursos de perfeccionamiento para argentinos”. Tiempo después, la pareja se instaló en Huerta Grande y armó una velería. Los dos tenían planeado participar en el mundial de parapentismo de Suiza. Pero el 19 de mayo de 1997, mientras hacían las pruebas de competencia en ese país, ella sufrió un accidente volando su parapente y murió.
“Nuestra idea con ‘la Bettina’ era estar en la Argentina en verano y pasar el verano europeo en los Alpes. Pero no pudo ser. A los cuatro meses, me accidenté yo, en el mismo lugar y quedé en coma”, recuerda el deportista mientras señala Cuchi Corral, el lugar donde enterró a “la Betta”, como él la llamaba.
“Estaba muy triste. Un día, todavía convaleciente en una clínica suiza, sin saber qué hacer con mi vida, vino a mi mente la imagen del Aeroclub abandonado. Y algo me dijo ‘Andy, andate a La Cumbre”. Me vino así, de golpe, a mi memoria el frente de este hangar”, dice, mientras señala la construcción. “Y entonces, en el 99, me volví a la Argentina, a continuar aquella historia que habíamos empezado con ella. Pensé que podría volver a darle vida a este Aeroclub. Alquilé el lugar, armé el Aeroatelier... Y empecé de nuevo, una nueva vida”.
Así fue como Hediger habló con la Comisión Directiva, se asoció y revivió la institución. Al lado del Aeroclub fundó una velería
-la más importante de la Argentina- a la que llamó el Aeroatelier. Instalado en ese pequeño taller, el experto suizo fabrica y repara equipos de deportes de altura y desarrolla nuevas velas. Mientras un grupo de jóvenes ayudantes trabaja entre máquinas de coser, arneses que cuelgan del techo, hilos, telas de nylon de colores fosforescentes y tijeras de diversos tamaños, el suizo da los últimos retoques a la vela amarilla y celeste que usará en el próximo Mundial. Cerca de allí, construyó un hangar en donde guarda distintas máquinas para volar: aladeltas, ultralivianos, avionetas, alas rígidas, planeadores, parapentes y paracaídas.
Hediger volvió a formar pareja. Aunque no prosperó, le dio dos hijos: Lua(6) y Tiago(3) que hoy representan dos de las razones más fuertes por las que decide quedarse en el país. Al lado de su taller, levantó un “petit atelier” para sus hijos y otros chicos del lugar: “Acá pueden inflar parapentes para niños, remontar barriletes, fabricar aviones de madera chiquitos... Es una escuela infantil: aprenden cómo se forma una nube, cómo funciona el aire, por qué llueve, por qué vuela un jumbo, un pajarito...”, dice, mientras saluda a su padre quien llegó a visitarlo, junto a su madre, desde su país natal.
“Tengo una forma de vida alucinante. No tengo que tomar un auto para ir a trabajar, puedo hacer lo que me gusta. Si el tiempo me ayuda, todos los días vuelo en parapente, en aeroliviano, en trike (aladelta con motor) o en paracaídas”, asegura Andy, quien ahora tiene una nueva novia, Lili, una diseñadora que, después de haber viajado por el mundo, hoy le ayuda en la administración del lugar.
El parapentista está emocionado. Camina por su taller mientras hace y recibe llamados telefónicos. No es para menos. En pocos días llegará un container de su país natal con buena parte de sus pertenencias más queridas, desde sus juguetes infantiles hasta equipos de vuelo: “Un símbolo que dice que estoy definitivamente instalado en este lugar”.
Fuente La Mañana de Córdoba
Hace más de una década que Hediger se enamoró de La Cumbre -a 98 kilómetros de Córdoba- y se instaló muy cerca de esa villa serrana, en una zona que define como una de las mejores del mundo para practicar su deporte. El terreno que eligió para vivir está a metros del viejo Aeroclub, al que ayudó a resucitar de sus cenizas. Al lugar se llega después de recorrer varios kilómetros de campos de girasoles. Sólo se escucha el rumor del viento entre los árboles en medio de esas sierras intensamente verdes. Allí, Andy -como lo llaman- construyó su casa, un taller para desarrollar y reparar velas: “el Aeroatelier” y un petit atelier para enseñar a los chicos actividades relacionadas con el aire.
“Como el que se sube a un pura sangre y le tira la montura. Así es la sensación cuando subo al parapente. Es un arte: mover el cuerpo en el espacio, sin motor”, grafica a LA MAÑANA. Entonces, se calza el casco y el arnés. Se concentra. Escucha el ritmo del viento, los ciclos térmicos. Observa el aire. Lee el cielo. Mira atentamente los pájaros. Controla el equipo: el paracaídas de emergencia; la radio; el altibariómetro. Y no se olvida de una manzana en el bolsillo. Con ayuda del viento norte, infla la enorme vela. Y despega. Empieza a ascender, como los pájaros en las térmicas. “El despegue es el momento de emoción más fuerte. Estás decidido a salir del contacto con la tierra y a tomar contacto con el aire. No se puede explicar. Es un estado absoluto de concentración mental, tengo que estar atento todo el tiempo, leyendo la información que me da el aire. Empiezo a girar con los cóndores de dos metros que se me acercan. Se me ponen los pelos de punta, ah”, suspira. Hace una pausa en su castellano teñido de suizo-francés y prosigue: “Ah, cuando vuelo empiezo a tener una sensación de alegría, de agradecimiento al creador”.
Cree en Dios y hasta le agradece. Pero la vida no siempre le fue amable. En 1994, Hediger conoció en Suiza a Bettina, una parapentista de La Falda, hija de helvéticos. Ella había viajado una temporada a Europa para trabajar en un centro de esquí. El estaba en el lugar dando un taller para instructores. Los unió el amor por el deporte. “Nos reenganchamos con la Bettina. Fue una historia muy fuerte”, cuenta. “Ella me invitó a conocer Argentina en 1995. Me mostró este Aeroclub, que hacía 15 años estaba abandonado. Me enseñó Cuchi Corral. Pensamos que yo podía dar acá cursos de perfeccionamiento para argentinos”. Tiempo después, la pareja se instaló en Huerta Grande y armó una velería. Los dos tenían planeado participar en el mundial de parapentismo de Suiza. Pero el 19 de mayo de 1997, mientras hacían las pruebas de competencia en ese país, ella sufrió un accidente volando su parapente y murió.
“Nuestra idea con ‘la Bettina’ era estar en la Argentina en verano y pasar el verano europeo en los Alpes. Pero no pudo ser. A los cuatro meses, me accidenté yo, en el mismo lugar y quedé en coma”, recuerda el deportista mientras señala Cuchi Corral, el lugar donde enterró a “la Betta”, como él la llamaba.
“Estaba muy triste. Un día, todavía convaleciente en una clínica suiza, sin saber qué hacer con mi vida, vino a mi mente la imagen del Aeroclub abandonado. Y algo me dijo ‘Andy, andate a La Cumbre”. Me vino así, de golpe, a mi memoria el frente de este hangar”, dice, mientras señala la construcción. “Y entonces, en el 99, me volví a la Argentina, a continuar aquella historia que habíamos empezado con ella. Pensé que podría volver a darle vida a este Aeroclub. Alquilé el lugar, armé el Aeroatelier... Y empecé de nuevo, una nueva vida”.
Así fue como Hediger habló con la Comisión Directiva, se asoció y revivió la institución. Al lado del Aeroclub fundó una velería
-la más importante de la Argentina- a la que llamó el Aeroatelier. Instalado en ese pequeño taller, el experto suizo fabrica y repara equipos de deportes de altura y desarrolla nuevas velas. Mientras un grupo de jóvenes ayudantes trabaja entre máquinas de coser, arneses que cuelgan del techo, hilos, telas de nylon de colores fosforescentes y tijeras de diversos tamaños, el suizo da los últimos retoques a la vela amarilla y celeste que usará en el próximo Mundial. Cerca de allí, construyó un hangar en donde guarda distintas máquinas para volar: aladeltas, ultralivianos, avionetas, alas rígidas, planeadores, parapentes y paracaídas.
Hediger volvió a formar pareja. Aunque no prosperó, le dio dos hijos: Lua(6) y Tiago(3) que hoy representan dos de las razones más fuertes por las que decide quedarse en el país. Al lado de su taller, levantó un “petit atelier” para sus hijos y otros chicos del lugar: “Acá pueden inflar parapentes para niños, remontar barriletes, fabricar aviones de madera chiquitos... Es una escuela infantil: aprenden cómo se forma una nube, cómo funciona el aire, por qué llueve, por qué vuela un jumbo, un pajarito...”, dice, mientras saluda a su padre quien llegó a visitarlo, junto a su madre, desde su país natal.
“Tengo una forma de vida alucinante. No tengo que tomar un auto para ir a trabajar, puedo hacer lo que me gusta. Si el tiempo me ayuda, todos los días vuelo en parapente, en aeroliviano, en trike (aladelta con motor) o en paracaídas”, asegura Andy, quien ahora tiene una nueva novia, Lili, una diseñadora que, después de haber viajado por el mundo, hoy le ayuda en la administración del lugar.
El parapentista está emocionado. Camina por su taller mientras hace y recibe llamados telefónicos. No es para menos. En pocos días llegará un container de su país natal con buena parte de sus pertenencias más queridas, desde sus juguetes infantiles hasta equipos de vuelo: “Un símbolo que dice que estoy definitivamente instalado en este lugar”.
Fuente La Mañana de Córdoba
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